Los cuatro géneros musicales más underground de Cuba: el reggae. (V Parte)



Desde siempre, los rastafari cubanos han contado con pocos y en ocasiones, con cero espacios públicos para enaltecer sus creencias espirituales. El reggae es el género tratado como el “patito feo” de la música cubana underground, y no existen personas, organizaciones o agencias con personalidad jurídica y libertad de acciones suficientes, que lo represente y le otorgue el lugar preponderante que merece. No obstante, desde su entrada a la isla cubana y de manera paulatina, han emergido diversos dúos y agrupaciones de reggae, de manera legal o no.

El reggae a diferencia del hip hop, rock and roll o punk que se desarrollan en Cuba, tiene la peculiaridad general de exponer mediante sus discursos, un mensaje de paz. La encrucijada ha estado siempre en el paralelismo con las drogas y el “peligro” que representa para la política de estado.

Comencemos con la historia. Según aseguran varios estudios, publicaciones y especialistas, el reggae es un género musical que se desarrolló en Jamaica, hacia finales de 1960. El término a menudo se ha utilizado para designar diferentes estilos de música de esa región, pero generalmente, por reggae se entiende al género musical específico que se originó tras el desarrollo del ska y el rocksteady. Las letras de la música reggae, generalmente abordan temas de contenido social, político y también religioso, y está ligado a la cultura y movimiento rastafari.

La entrada del sistema cultural y religioso rastafari llega a Cuba en 1970, pero no es hasta 1991 cuando se prolifera su práctica en algunas escasas regiones de la Isla. La inclusión del movimiento rastafari en el panorama sociocultural era inconcebible en sus inicios, pues se le consideraba foráneo y dicotómico con el proceso revolucionario cubano que se gestaba. El pensamiento social de la época era sumamente reducido y manipulado, como para aceptar de un momento a otro, la existencia de una cultura con base religiosa.

Sin embargo, no tardó la cultura del gobierno cubano en “reconocer” la existencia del movimiento rastafari en Cuba, más por doctrina que por verdadero amor a la cultura rasta y la música reggae. Detrás de todo esto, estaba la intención manipuladora de insertar socialmente a estos jóvenes, de quienes se pensaba estaban ideológicamente en contra del proceso revolucionario, máxime cuando los rastas a través de la marihuana, canalizan su fe.

En este obscuro y confuso reconocimiento de la tendencia rasta, el movimiento rastafari captó su posibilidad única de ofrecer a quienes se le acercaron desde la música y la religión principalmente, la posibilidad de reafirmación racial, orgullo negro y afro-descendencia, subversión de los patrones de belleza establecidos y críticas a la hegemonía blanca que involucionaba la historia musical y cultural del movimiento.

Un dato curioso es que la cultura rastafari predominaba en las poblaciones jóvenes, sobre todo entre los de género masculino, y mestizos de las esferas más populares de la sociedad cubana. Hecho que demuestra la presencia de una sociedad patriarcal, si además añadimos, que la manera típica de vestir de los rastas, así como el libre pensamiento del movimiento, no era visto como un “comportamiento propio” de las mujeres. Hoy, el empoderamiento de la mujer ha permitido el crecimiento del movimiento, gracias a la inclusión activa de las féminas cubanas.

Durante los años de evolución del movimiento en la Isla, podría decirse que Cuba constituye una rara excepción dentro del proceso de expansión del rastafarismo y su significado en los territorios del Caribe. Si tenemos en cuenta que el proceso revolucionario representó un proceso de liberación en todos los sentidos para el pueblo cubano, propició profundas transformaciones sociales y permitió que los más diversos sectores de la sociedad viesen representadas en él sus demandas. Lo cual explicaría por qué las ideas del movimiento rastafari no entraran a la Isla antes de los 70s, y solo sobre la base de convenios establecidos entre Jamaica y Cuba, donde dicho intercambio propició la entrada de centenares de jamaicanos que importaron costumbres, tradiciones y conocimientos ya socializados sobre el movimiento, aun cuando el concepto rastafari no se comprendía del todo.

Estas migraciones de jamaicanos se asentaban en Santiago de Cuba por la cercanía geográfica y las similitudes caribeñas con la cultura oriental, por eso es que en esta ciudad se comienza a practicar con verdadera noción la tendencia rastafari. Igualmente, estudiantes de todas las Antillas que también llegaron a la Isla por vías legales para participar de los cursos educativos, mostraban orgullosos los símbolos del rasta, con conocimiento profundo de las bases filosóficas del movimiento, lo que dio inicio a una retroalimentación sin fin, donde cada vez sumaban más interesados por el movimiento.

Es llamativo que la mayoría de los cubanos que comenzaron a sentirse identificados con el movimiento y supieron de su existencia, principalmente en esta ciudad oriental, lo hicieron a través de la música reggae, quizá sin saber que detrás de los temas musicales había toda una tradición cultural. Porque la importancia de la música reggae para los rastas es fundamental, no solamente por su ritmo y melodía, sino también por el mensaje que se transmite a través de sus canciones, y que constituye el elemento principal e identificativo de las ideas y principios del movimiento rastafari.

El movimiento comenzó a tomar auge en la Isla, y a pesar de no ser un movimiento contestatario o “peligroso” para el gobierno, un acontecimiento cultural importante que las circunstancias políticas cambiaron fue el Festival de Reggae que se realizaba todos los años. Este evento marcaba parte de una diversidad necesaria, una tendencia minoritaria entre la música bailable y las baladas, que por entonces eran escuchados por la gran mayoría. El mismo se celebraba con un encuentro anual al que asistían los verdaderos cultivadores del género de todo el país, y también los verdaderos seguidores, incluida una comunidad proveniente de Cienfuegos. Pero estos encuentros se dejaron de realizar de un momento a otro, de la “manera mágica” que todos conocemos.

No obstante, desde principios de los 90, el número de individuos identificados con el movimiento aumentó, debido, en especial, a la apertura económica y al crecimiento del turismo, que facilitó la circulación de información de otros países y el intercambio cultural. Esto derivó en varios eventos, como el realizado en febrero de 1999 en La Habana, y organizado de manera muy underground, por la celebración del natalicio de Bob Marley. Un concierto donde participaron varios grupos locales de reggae, se realizaron charlas y hubo exhibición de arte rasta cubano.

El movimiento ya tenía cierta fuerza dentro de la Isla e intranquilizaba a las autoridades culturales, esta década prodigiosa del reggae. Por eso el movimiento fue víctima de la Operación Coraza Popular, realizada entre 2002-2003. Esta operación contra la droga en la Isla, actuó también como una cacería de brujas contra los rastas con la justificación del consumo de drogas (cannabis), aunque los rastas cubanos, al igual que la mayoría de los rastas del mundo, utilizaban el cannabis como canalización espiritual y no como tráfico de drogas, como lo hizo ver el gobierno cubano. Pero como siempre, la soga se parte por el lado más débil.

El reggae es un fenómeno vivo, en lenta pero constante evolución, y cuya historia no está cerrada. Este movimiento en expansión se manifiesta en todos los países adoptando formas nacionales según las tradiciones locales, y amoldándose a las condiciones históricas y sociales en las cuales surge, tal y como ocurre en Cuba. A pesar de su tortuosa evolución en la Isla, los rastas cubanos creen en el poder del movimiento y grupos como Siete Sellos, Estudiantes sin Semilla y otros, trabajan sin cesar por mantener vivo el movimiento.

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