Eduardo, aprendiz de poeta y músico



Conversar con Eduardo Gabriel Torres es negar en absoluto la banalidad con la cual tanto se tipifica la actual juventud cubana. Lo trivial, lo insustancial, el esnob frívolo parecen no tener cobija en la personalidad de este joven habanero de 27 años que se califica a sí mismo como un eterno aprendiz de poeta y músico.

Eduardo: ¿Qué desde cuándo canto? Eso depende del concepto personal de lo que es cantar. Lo lógico es que le diga que canto desde niño, pero qué niño no canta o al menos imita a quien lo hace, y si a ello se agrega cierta gracia infantil para el baile, la familia no duda en pensar que está frente a un artista en potencia.

PMU: ¿Fue ese tu caso?

Eduardo: Sí y no. Hubo un consenso familiar de que el niño que fui poseía ciertas actitudes, sobre todo para el canto, pero no sé si por negligencia, dejadez o prejuicios, no me dieron el apoyo necesario para enrumbarme hacia una escuela especializada. ¿Y sabe una cosa? Me alegro que haya sido así. Siempre me he negado a que me programen la vida. De haber aceptado por obediencia a mis padres, tal vez todo hubiese acabado en una frustración que le hubiera dado santa sepultura a lo que más adelante se convirtió en mi verdadera vocación: el canto.

Por eso es que le digo que el concepto de cantar tiene muchas aristas. No es lo mismo cantar porque se posee cierto talento para ello, que cantar porque todas tus fibras humanas te lo demandan, más allá de las posibilidades que te ha dado la naturaleza. No lo tome como una frase manida, pero para mí en estos momentos, cantar es tan vital como el aire que respiro. Canto y compongo para saciar todas mis necesidades emotivas, pero también para tender un puente de retroalimentación con mis semejantes. Ahora mismo estoy pensando en los versos de una canción de Serrat: “Nunca perseguí la gloria/ y dejar en la memoria/ de los hombres mi canción”.

PMU: He tenido la oportunidad de escuchar algunas de tus canciones que se acercan a los seguidores de la novísima trova, aunque con un carácter más intimista que quizás opaque el mensaje que deseas transmitir. ¿Estás de acuerdo conmigo?

Eduardo: Disculpe, pero estoy convencido de que todo lo que se diga de boca para afuera deja de ser intimista. Lo que no llega, no lo hará nunca aunque lo escriba en el más elemental español. Cuando oigo cantar “Noche de Moscú” en un idioma tan anti-musical y tan extraño para mí como el ruso, no dejo de conmoverme y sentir cierta nostalgia por una ciudad que no conozco. Esa en la magia del canto y la música.

PMU: Nos quedamos en tu etapa de niño y el poco apoyo de tu familia, ¿qué siguió después?

Eduardo: Más por embullo que por vocación, decidí recurrir al auto apoyo y convencí a mi familia para estudiar algo de piano con una maestra de música ya jubilada, pero fue tanto el maratón diario de solfeo que todo terminó en un abrir y cerrar de ojos. En la adolescencia comenzó en serio mi adicción por la música y el canto. Para hacer breve el cuento, me presenté en tres o cuatro audiciones para ingresar en proyectos comunitarios. Todavía me estoy preguntando si lo hice tan mal o si esas plazas ya tenían nombres y apellidos. Esos eventos negativos no me desalentaron, sino que hicieron que asumiera una decisión que hasta el momento he mantenido firmemente: no depender de nadie ni de nada para alcanzar lo que deseo. No es que me declare autosuficiente ni egocéntrico. Sé que formo parte de un engranaje de supervivencia mutua, pero hay razones básicas de principios que cada hombre debe respetar para ser respetado. No cuestiono a quien piense distinto, pero yo no me plegaré a directrices, vengan de donde vengan, lo mismo si son estatales o privadas y tengan el color ideológico que tengan. Ni tampoco, escudado en una doble moral, recogeré limosnas lastimeras aquí o acullá. Mi doctrina artística no conjuga con los grandes escenarios y poderosas discográficas. Tengo por descontado las giras internacionales y hasta las nacionales. Mis sueños son otros, y para viajar al país de esos sueños no se necesitan ni visa ni pasaporte.

Tampoco me encierro en un ascetismo enfermizo. Ando con los pies bien pegados al asfalto de mi ciudad, con sus edificios en ruinas, con una sociedad acorralada por las desigualdades sociales, con cambios que nunca cambian, con una juventud que despegada del presente menosprecia más aún al futuro. Esos son los temas que aparecen en mis canciones, que no por ello son cantos a la desesperanza. Son aspectos de la vida que filtro por mi condición de aprendiz de poeta y músico, y otras veces como economista. Ah, porque me olvidé decirle que soy graduado de Licenciatura en Economía. Mis sueños locos de artista aparentemente no compaginan con lo concreto de escarbar entre números y cuentas. Pero de cierto modo la carrera me ha servido como antídoto para mis sobredosis de encantamientos.

PMU: ¿En qué fase te encuentras en estos mismos momentos?

Eduardo: Al graduarme hace dos años en la Universidad, me fui distanciando de un grupo que habíamos formado en el segundo año de la carrera y que por razones de trabajo se dispersó totalmente. Fue una etapa que solamente componía y apenas cantaba en alguna que otra actividad cultural de la Empresa Almacenes Universales, donde trabajo. Un buen día contacté con un profesor de canto que no puso reparo de que ingresase en su academia. Al mismo tiempo con sus alumnos, este profesor conformó el proyecto comunitario Amigos para Siempre, que se presenta en varias peñas. Además de mejorar mi técnica vocal, mi presencia en el grupo me ha servido para intercambiar experiencias con otros jóvenes que aman la música como yo.

PMU: Por lo contado se deduce que no eres ajeno al movimiento underground.

Eduardo: Al ciento por ciento, siempre que no sea una camisa de fuerza.

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