La experiencia compartida de los que salen y regresan: ¿traumática o triunfalista?



Los artistas en general, y los músicos en particular, no solo nutren su arte gracias al talento y el virtuosismo expresados en sus creaciones. Las experiencias acumuladas durante la vida profesional y personal, ya sean positivas o negativas, también forman parte indisoluble de la poética de sus instrumentaciones y las letras de sus canciones. Entre estas experiencias, una de las más importantes es el hecho de poder viajar y tener contacto e intercambio directo con otras culturas.

En el caso de los músicos del underground cubano, este evento de “salir fuera” del país tiene varios aspectos que le confieren un carácter sublime, en especial cuando tal cosa ocurre gracias al reconocimiento de su obra. Para la mayoría de los músicos independientes de la Isla, un viaje bajo esta circunstancia es el equivalente a un premio. Una satisfacción enorme tras varias jornadas de sacrificios y trabajo duro. Es la señal de que las cosas están saliendo bien, a pesar de no contar con apoyo logístico o financiero alguno por parte de las instituciones culturales del Estado. De modo que cuando la música de dicho artista pasa a tener un lugar de preferencia “allá fuera”, no solo se trata de una señal de éxito, sino también de haber ganado un round contra la maquinaria estatal, que además de no ayudar, suele obstaculizar el camino de aquellos que manifiestan su arte de forma crítica ante las políticas culturales. A esto último se suma todo el drama burocrático de tramitaciones de viaje, (que afortunadamente han cambiado de forma favorable en los últimos años) con sus consabidas implicaciones de estrés psicológico. Todo ello también forma parte de la experiencia del artista e influye en su visión creadora, tanto en la ida como en el regreso.

Una vez que el artista underground traspasa las puertas de su propia realidad y se instala en esa otra “de allá afuera”, comienza un proceso de asimilación de información, de un ir y venir de impresiones de esa realidad a la cual asiste, ya sea como actor o espectador. La capacidad de asombro no descansa, como tampoco el hecho de establecer comparaciones, mientras que la percepción hace los reajustes necesarios para ubicarse en esa otra realidad. De modo que el artista va acumulando nuevas experiencias que van en distintas direcciones, y todo ello se fusiona y resignifica en su ser, hasta el momento de su regreso, (en caso que tal cosa ocurra).

En este punto comienza lo que yo suelo llamarle el crack psicológico en muchos músicos underground, sobre todo cuando viajan por primera vez (y regresan). Digo esto porque a su retorno dicho artista tiene, de alguna manera, que readecuar toda la información sensorial y material almacenada “allá fuera”, e intentar reproducirla en la realidad “de aquí dentro”. Lo cual no es una tarea fácil, ya que el artista tiene que lidiar nuevamente con la parte que le toca padecer en la casi perenne crisis económica del país, (cuestión que casi siempre va a tratar de atenuar temporalmente con los réditos económicos de su viaje, si son suficientes para ello), junto al hecho de que una vez más tiene que confrontar las políticas culturales de la censura o la indiferencia hacia su trabajo artístico, y en especial, la lucha de hacer valer la calidad de su arte, en este caso, como músico independiente.

Sin lugar a dudas, la suma de todo lo mencionado con anterioridad, influye de manera inevitable, en mayor o menor medida, en el músico underground a la hora de compartir la información y transmitir las experiencias traídas desde esa otra realidad. Sobre la base de este punto de vista, las vivencias artísticas experimentadas (son las que son interesan aquí) pasan de ser algo trascendente e inspirador, a convertirse en un recuerdo emotivo y nostálgico, con visos de pérdida irrecuperable. Es como una sacudida de alfombra debajo de los pies. El artista siente que fue a la luz y regresó a las tinieblas. Que la mediocridad y la podredumbre van a atentar, no solo contra el reconocimiento conseguido, sino con todos los buenos frutos de su intercambio cultural. El saldo de influencia que deja esta visión suele ser amargo y pesimista.

Por otra parte, está el riesgo de la visión triunfalista. Tras su regreso, el artista siente que levita. Cada experiencia vivida lo transporta de manera sublime. Percibe cada momento experimentado con visos de exaltación. Se siente tentado a buscar la vía de instalarse de manera permanente en aquel lugar (con todo su derecho) que ofrece mejores posibilidades para el desarrollo del arte que realiza. Sin embargo, de ocurrir esto, existe el riesgo de perder la conexión vital con la realidad de “aquí dentro”, que es la materia prima de su arte con el cual han establecido su compromiso. Está demostrado que varios artistas independientes cubanos, ya sean del movimiento hip hop o del rock, que decidieron trasladarse a vivir “allá fuera”, han perdido ese sentido del compromiso que tenían aquí como artistas independientes, sobre todo aquellos que solían ser agudos y críticos con las zonas disfuncionales de nuestro sistema político y social.

Por ello, hasta donde he podido constatar, el aspecto más positivo de la experiencia transmitida por parte de los músicos underground que tienen la posibilidad de entrar y salir de Cuba, es la transformación que ocurre en la concepción artística de su trabajo. Lo cual influye y conlleva de manera directa a establecer nuevas premisas de exigencia en la calidad de gestión y producción. Dicho de otra forma, es el fin de la ingenuidad y la autocomplacencia. Estos valores de exigencia y superación de estándares propios, marcan la personalidad del artista, quien de un modo u otro comienza a tener un concepto diferente de sí mismo, tanto en lo personal como en lo profesional.

Esta transformación del artista casi siempre suele convertirse en un valor y logra generar una excelente influencia a sus colegas, sobre todo a los que no han podido salir de la Isla. Dicha influencia puede marcar pautas interesantes. Una de ellas es la constatación de que existen varios caminos para desarrollar proyectos musicales, con disimiles vías para su gestión y materialización. Otra muy significativa es poner de manifiesto la necesidad de comprender la existencia de un equilibro conciliatorio entre producir un arte musical que pueda expresar sus ideales con libertad, y al mismo tiempo ostente una calidad que le permita competir de manera efectiva en cualquier terreno comercial, con una buena dinámica de publicidad, para que de este modo genere su propio mercado. Considero que en esto último radica la clave del éxito de cualquier artista undreground cubano, ya que ello no solo implica encontrar un sello de originalidad, sino también de forjar una constante retroalimentación positiva, desprovista de toda sombra de traumatismo o triunfalismo, aun a pesar de las limitaciones económicas, tecnológicas y de censura que padecen muchos de los artistas independientes en Cuba.

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