¿Por qué existe un discurso emancipatorio en los contenidos de las canciones elaboradas por raperas en Cuba? (Parte I)
1 de febrero de 2016
Hace dos semanas atrás, mientras compraba en la panadería cerca de mi casa, resultó inevitable escuchar la acalorada discusión sobre género (por demás, recurrente en estos tiempos) entre las despachadoras y un vecino cincuentón. Éste sostenía que la mayoría de las mujeres en nuestro país eran desvergonzadas, puesto que sólo pensaban en tumbarles el dinero a los hombres, así como la evidente superioridad masculina ante ciertas tareas con respecto a ellas. Las dos despachadoras, por su parte, protestaban alegando que eso no era cierto, ya que existían muchos hombres que vivían plenamente del esfuerzo femenino, explotándolas. Por más que traté de evadir esa situación intentando comprar el pan lo más rápido posible, el vecino me agarró el brazo y preguntó si mi opinión coincidía con la suya, en un intento desesperado de buscar complicidad. Luego de pensarlo durante breves segundos, comenté que la conversación establecida me había traído a la mente cierto libro titulado “Diccionario del amor”, del investigador argentino Alberto Orlandini. Según este autor, la historia de la figura femenina es una historia de la violencia y el maltrato. Como bien se expone en una parte del mismo, entre los indígenas de América del Norte, las hembras -del mismo modo que los perros de caza- llevaban las piezas que cobraba el marido; en la civilización faraónica, y aún hoy, los musulmanes de África mutilaban la vulva de las niñas mediante una horrible operación que se llama infibulación; en la India las viudas se quemaban junto con el caballo y el cadáver del marido; en China las esposas no podían sentarse a la mesa y comer con el marido; en Grecia las mujeres vivían encerradas en el Gineceo; en Israel a las mujeres no les estaba permitido jurar, ya que no tenían autoridad sobre sus palabras, a menos que las confirmase su marido. En 1790, en una parroquia de Inglaterra, se vendió una mujer por dos chelines y el precio incluía la cuerda al cuello con que era conducida. Jack el Destripador fue un criminal sádico que exterminaba prostitutas en los barrios indigentes de Londres, en el siglo XIX. Este sujeto en cuestión utilizaba un cuchillo enorme con el que mutilaba a las mujeres desde el esternón hasta el pubis. Lo más curioso y triste es que en la actualidad existen organizaciones feministas que luchan por revertir un lucrativo negocio en Inglaterra consistente en utilizar las imágenes de este asesino en pulóveres, llaveros, cajas de fósforos, etc. Para rematar, expresé irónicamente, que de los 1.300 millones de pobres que existen en el mundo, el 70% lo constituían mujeres y niñas, así que el hecho de que existieran algunas féminas que extraían conscientemente dinero de los bolsillos de ciertos hombres, era bien poco comparado con tantos siglos de sufrimiento infligido hacia ellas por parte nuestra. Al parecer quedó zanjada la discusión con estas referencias y mi postura fue evidente, ya que el vecino se alejó malhumorado y desde entonces las panaderas me despachan el pan con cierta dosis de cariño.
A raíz de ese acontecimiento, empecé a preguntarme acerca de las canciones elaboradas por las raperas cubanas. ¿Cuál es el discurso predominante en sus textos? ¿Forman parte indisoluble del movimiento rapero cubano o constituyen sencillamente un anexo, como he escuchado en ocasiones? Luego de consultar/comparar varias fuentes, descubrí que la producción discográfica de las raperas cubanas es bastante escasa, comparada con la de sus coterráneos masculinos. Basta con señalar que en más de 25 años de cultura hip hop en Cuba, solamente existen dos discos compilatorios de rap elaborado por mujeres: Respuestas y La Emancipación. El primero es de manufactura estatal (Agencia Cubana de Rap) y el segundo es totalmente independiente. En ambos, la producción musical ha corrido a cargo de Malcoms Junco, un rapero veterano que milita en las filas del grupo Onda Livre, antes denominado Justicia. Para entender el porqué de esta exigua producción, debemos sumergirnos en el proceso de acogida y reformulación de los mitos, dentro de los cuales gravita invariablemente la desigualdad de poder.
Según la investigadora cubana Irina Pacheco Valera, en la tradición judeocristiana, en el Génesis bíblico específicamente, se le otorgaba al varón una posición superior y de dominio sobre la mujer, ya que la creación de Eva había sido a partir de una costilla de Adán, lo cual constituía un claro indicativo de sujeción y dependencia. Este enfoque era nuevamente reforzado a partir del carácter débil de Eva, al dejarse seducir por Satanás y arrastrar a Adán en su caída. En algunos patakies (leyendas) de origen africano, la menstruación de la mujer deviene castigo por su curiosidad y desobediencia. Si analizamos muchos spots publicitarios, podemos observar cómo persiste una representación sexista: el cuerpo femenino es fragmentado y enfocado hacia sus partes íntimas, con el objetivo de despojar a la mujer de humanidad, cosificándola sexualmente. Todos estos monolitos culturales devienen modelos que justifican a la larga la denominada violencia de género, comprendida como todo acto de violencia hacia el sexo femenino, ya sea físico, psicológico, simbólico, sexual o económico. Recordemos que en 1979, la canción que abrió las puertas desde el punto de vista global al fenómeno rapero fue “Rappers Delight”, del popular grupo estadounidense Sugar Hill Gangy su contenido habla de cadillacs, piscinas y de poseer más mujeres que el reconocido púgil Mohamed Ali. Nuestro país no constituye la excepción. Aunque para ciertos sectores sociales en Cuba, la cultura hip hop ha devenido una herramienta de transformación social y empoderamiento, no podemos obviar que en algunos de sus miembros aún permanecen, e incluso se recrudecen, ciertas dimensiones negativas inducidas por el efecto de flagelos como el sexismo, machismo y patriarcado. No en balde en muchas peñas y conciertos de rap es notable observar cómo cuando las raperas salen a escena, los equipos de audio son manipulados conscientemente para que el sonido salga distorsionado, no así cuando rapea un hombre.
(Continuaremos con el tema en una segunda parte de este artículo)
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1 de febrero de 2016
Hace dos semanas atrás, mientras compraba en la panadería cerca de mi casa, resultó inevitable escuchar la acalorada discusión sobre género (por demás, recurrente en estos tiempos) entre las despachadoras y un vecino cincuentón. Éste sostenía que la mayoría de las mujeres en nuestro país eran desvergonzadas, puesto que sólo pensaban en tumbarles el dinero a los hombres, así como la evidente superioridad masculina ante ciertas tareas con respecto a ellas. Las dos despachadoras, por su parte, protestaban alegando que eso no era cierto, ya que existían muchos hombres que vivían plenamente del esfuerzo femenino, explotándolas. Por más que traté de evadir esa situación intentando comprar el pan lo más rápido posible, el vecino me agarró el brazo y preguntó si mi opinión coincidía con la suya, en un intento desesperado de buscar complicidad. Luego de pensarlo durante breves segundos, comenté que la conversación establecida me había traído a la mente cierto libro titulado “Diccionario del amor”, del investigador argentino Alberto Orlandini. Según este autor, la historia de la figura femenina es una historia de la violencia y el maltrato. Como bien se expone en una parte del mismo, entre los indígenas de América del Norte, las hembras -del mismo modo que los perros de caza- llevaban las piezas que cobraba el marido; en la civilización faraónica, y aún hoy, los musulmanes de África mutilaban la vulva de las niñas mediante una horrible operación que se llama infibulación; en la India las viudas se quemaban junto con el caballo y el cadáver del marido; en China las esposas no podían sentarse a la mesa y comer con el marido; en Grecia las mujeres vivían encerradas en el Gineceo; en Israel a las mujeres no les estaba permitido jurar, ya que no tenían autoridad sobre sus palabras, a menos que las confirmase su marido. En 1790, en una parroquia de Inglaterra, se vendió una mujer por dos chelines y el precio incluía la cuerda al cuello con que era conducida. Jack el Destripador fue un criminal sádico que exterminaba prostitutas en los barrios indigentes de Londres, en el siglo XIX. Este sujeto en cuestión utilizaba un cuchillo enorme con el que mutilaba a las mujeres desde el esternón hasta el pubis. Lo más curioso y triste es que en la actualidad existen organizaciones feministas que luchan por revertir un lucrativo negocio en Inglaterra consistente en utilizar las imágenes de este asesino en pulóveres, llaveros, cajas de fósforos, etc. Para rematar, expresé irónicamente, que de los 1.300 millones de pobres que existen en el mundo, el 70% lo constituían mujeres y niñas, así que el hecho de que existieran algunas féminas que extraían conscientemente dinero de los bolsillos de ciertos hombres, era bien poco comparado con tantos siglos de sufrimiento infligido hacia ellas por parte nuestra. Al parecer quedó zanjada la discusión con estas referencias y mi postura fue evidente, ya que el vecino se alejó malhumorado y desde entonces las panaderas me despachan el pan con cierta dosis de cariño.
A raíz de ese acontecimiento, empecé a preguntarme acerca de las canciones elaboradas por las raperas cubanas. ¿Cuál es el discurso predominante en sus textos? ¿Forman parte indisoluble del movimiento rapero cubano o constituyen sencillamente un anexo, como he escuchado en ocasiones? Luego de consultar/comparar varias fuentes, descubrí que la producción discográfica de las raperas cubanas es bastante escasa, comparada con la de sus coterráneos masculinos. Basta con señalar que en más de 25 años de cultura hip hop en Cuba, solamente existen dos discos compilatorios de rap elaborado por mujeres: Respuestas y La Emancipación. El primero es de manufactura estatal (Agencia Cubana de Rap) y el segundo es totalmente independiente. En ambos, la producción musical ha corrido a cargo de Malcoms Junco, un rapero veterano que milita en las filas del grupo Onda Livre, antes denominado Justicia. Para entender el porqué de esta exigua producción, debemos sumergirnos en el proceso de acogida y reformulación de los mitos, dentro de los cuales gravita invariablemente la desigualdad de poder.
Según la investigadora cubana Irina Pacheco Valera, en la tradición judeocristiana, en el Génesis bíblico específicamente, se le otorgaba al varón una posición superior y de dominio sobre la mujer, ya que la creación de Eva había sido a partir de una costilla de Adán, lo cual constituía un claro indicativo de sujeción y dependencia. Este enfoque era nuevamente reforzado a partir del carácter débil de Eva, al dejarse seducir por Satanás y arrastrar a Adán en su caída. En algunos patakies (leyendas) de origen africano, la menstruación de la mujer deviene castigo por su curiosidad y desobediencia. Si analizamos muchos spots publicitarios, podemos observar cómo persiste una representación sexista: el cuerpo femenino es fragmentado y enfocado hacia sus partes íntimas, con el objetivo de despojar a la mujer de humanidad, cosificándola sexualmente. Todos estos monolitos culturales devienen modelos que justifican a la larga la denominada violencia de género, comprendida como todo acto de violencia hacia el sexo femenino, ya sea físico, psicológico, simbólico, sexual o económico. Recordemos que en 1979, la canción que abrió las puertas desde el punto de vista global al fenómeno rapero fue “Rappers Delight”, del popular grupo estadounidense Sugar Hill Gangy su contenido habla de cadillacs, piscinas y de poseer más mujeres que el reconocido púgil Mohamed Ali. Nuestro país no constituye la excepción. Aunque para ciertos sectores sociales en Cuba, la cultura hip hop ha devenido una herramienta de transformación social y empoderamiento, no podemos obviar que en algunos de sus miembros aún permanecen, e incluso se recrudecen, ciertas dimensiones negativas inducidas por el efecto de flagelos como el sexismo, machismo y patriarcado. No en balde en muchas peñas y conciertos de rap es notable observar cómo cuando las raperas salen a escena, los equipos de audio son manipulados conscientemente para que el sonido salga distorsionado, no así cuando rapea un hombre.
(Continuaremos con el tema en una segunda parte de este artículo)
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