Salvador: 40 años “rodando como las piedras”



Cuando le pregunté a Salvador Torres Crespo lo que significaba para él la próxima visita de los Rolling Stones a Cuba, esperé una respuesta de euforia, de ilusión, o cuanto menos de alegría contenida por poder presenciar, en vivo y en directo, un concierto de los icónicos “chicos malos” del rock and roll, la primera banda con la cual se identificó cuando apenas era un adolescente. No podía esperar que detrás de los espejuelos de este cincuentón delgado, de largos dreadlocks y andar pausado, se dibujara una expresión de tristeza por el hecho de que aun cuando será uno de los peregrinos que desde Camagüey acudirán a La Habana para la presentación de los londinenses, esta no será realmente para él una experiencia completa y reivindicativa.

Considerado una autoridad cuando de rock se habla en la ciudad de los tinajones, Salvador sangra por una herida que comparte con toda su generación: la marginación a la que fueron empujados y la represión a la que fueron sometidos por el simple hecho de escuchar una música que iba más allá de sus acordes, pues convocaba también a una filosofía de vida considerada “enemiga” durante mucho tiempo en Cuba y que todavía se mira con negativismo por la mayoría de los llamados “defensores” de la cultura nacional.

Por eso ahora, en el anhelado momento de la coronación de una aparente reconciliación, entiende que aquellos, los de la vieja escuela, los que no se amilanaron y defendieron su música, los que en el momento de la apertura estuvieron listos para trabajar en la conformación de la escena del rock nacional, deberían tener un lugar de honor para disfrutar de sus ídolos. Pero no lo tendrán, simplemente porque no son valorados, no se les tiene en cuenta y aunque no se diga abiertamente, la presentación de los Rolling en La Habana, al final conviene más a la política institucional para apuntalar la supuesta apertura democrática de la que presumen.

Hasta ahora, ni el Instituto Cubano de la Música, ni ninguna otra organización gubernamental, se ha dignado a cursar invitación a los promotores del país que, como Salvador, han trabajado toda la vida por mantener encendida la llama del rock. “Eso no cuesta nada y hubiera sido un bonito gesto con personas que han dedicado su existencia a hacerle un espacio al rock dentro de Cuba, incluso, en detrimento de otros logros personales tales como los estudios universitarios, pues muchos perdieron esas y otras cosas valiosas cuando chocaron con el oficialismo y la abierta represión de años anteriores, solo por identificarse con una estética considerada ‘diversionismo ideológico’. Nos trataron como parias e intentaron apartarnos de la sociedad, porque el rock y los rockeros eran una mala influencia”.

Salvador hace una pausa y continúa: “No quiero ser el número uno, pero sí me gustaría estar allí rodeado de personas que sientan lo mismo que yo al oír a los Rolling Stones, y no en medio de un gran público heterogéneo con visiones completamente diferentes sobre la simbología de ese espectáculo”. Si las palabras de Salvador pudieran sonar prepotentes para alguien, antes tendría que saber que realmente este amante de la música habla desde la humildad de quien se ha entregado a una obra que considera mayor que él mismo.

En Camagüey, una región de prolífera y vasta cultura, las tendencias underground, sin embargo, han encontrado siempre franca resistencia para abrirse camino y posicionarse en el escenario artístico y mediático porque tal vez por idiosincrasia, desconocimiento, pobreza cultural y política, directivas de política cultural y vaya usted a saber por cuántas cosas más, el conservadurismo cultural en este territorio fue mayor que en otros del país, y las consecuencias negativas para los artistas y los amantes del género todavía son visibles y palpables. Pero eso nunca fue freno para Salvador.

“Todavía recuerdo con mucha nostalgia aquellos años en los inicios de los 90 del siglo pasado, cuando de la mano de Nilo Núñez, el director del mítico grupo camagüeyano Rodas, comencé a introducirme en la escena del rock. Fue en 1994, ellos habían organizado un macroconcierto nacional con Gens, de La Habana, Aries, de Holguín, Sectarium, de Santa Clara, y Vortex, también camagüeyano y fui uno de los conferencistas invitados para hablar sobre la banda británica Jethro Tull. Todo quedó muy bien y a partir de ahí, Nilo me motivó para que me convirtiera en promotor cultural y empezara a traer bandas. Así comencé, de forma autodidacta, pues me gradué como promotor y productor en años posteriores, y traje a Camagüey las mejores alineaciones que sonaban en el momento en Cuba”.

Fue una época que se respiraba efervescencia creadora, según recuerda Salvador. Comenzó con la fundación del club de amantes del rock Última Generación, “donde nos agrupamos para oír música y para militar en algo, aunque estábamos lejos de entender lo que queríamos hacer, pero nos llegaba mucha información y estudiábamos mucho”, rememoró.

“Desde entonces, empezamos a luchar por dotar a los rockeros de los espacios y el reconocimiento que merecen dentro o fuera de la institucionalidad. Recuerda las discusiones para convencer a los dirigentes culturales de la conveniencia de que Camagüey contara con un festival de rock, hasta que por cansancio o por convencimiento, quién sabe, aceptaron la realización de Sonidos de la Ciudad, que es el festival de rock más antiguo y de mayor prestigio en el país.

En ese empeño conté con el apoyo incondicional de los integrantes y amigos de la banda Rodas, los que lamentablemente abandonaron el país y nunca más tocaron juntos. Ellos poseían un audio propio y nos lo prestaron para el evento, sin pedir nada a cambio. Fueron momentos muy lindos, no nos importaba dar una parte de nosotros mismos con tal de que el rock se escuchara en Camagüey. En aquella primera oportunidad vendí hasta una cocina que mi mamá trajo de Alemania, con el fin de sufragar los gastos de un grupo invitado”.

Por eso, cuando un hombre que no ha tenido nada suyo si de darse a la cultura se trata, alza su voz para pedir un espacio que sin dudas se ha ganado, esta escribiente no puede menos que poner en blanco y negro su humilde reclamo. A fin de cuentas, probablemente ni siquiera tenga la suerte de llegar entre los primeros a los terrenos aledaños a la Ciudad Deportiva, donde se regalarán al público cubano sus Satánicas Majestades y poder obtener un lugar de privilegio para disfrutar del concierto. A fin de cuentas, tal vez no sean ni siquiera mayoría allí, aquellos que, como Salvador, llevan 40 años o más “rodando como las piedras” por el bien del rock cubano.

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