El rock, la oveja negra de la música cubana
2 de enero de 2017
En una nota positiva y para beneplácito de sus seguidores, el rock ha sido uno de los géneros de origen foráneo de mayor arraigo dentro de Cuba. ¿La mala noticia? Pues casi todo lo demás. Hoy, en el 2017, el panorama rockero en la mayor de las Antillas todavía se perfila incierto, nublado.
Tras su introducción en el país por medio del cine y la música norteamericana, la lucha por la visibilidad y el debido reconocimiento mediático y oficial hacia el género ha sido incesante. Amén de la coyuntura política-económica que llevó al rock a ser visto con recelo por parte de las autoridades, bandas como Venus, Monte de Espuma, Tanya, Zeus, entre otras, proliferaron en la escena musical mostrando la necesidad de un espacio para sus presentaciones.
Un lugar resguardado por María Gattorno vino a suplir esa carencia. De modo que surgió el archiconocido Patio de María, distinguido, además, como la cuna del rock en Cuba.
Desde entonces, el movimiento ha ganado en adeptos, fuerza, número de exponentes, pero se ha resentido del requerido apoyo institucional y la actitud evasiva de la prensa, la radio y la televisión.
En definitiva, el transcurso del género en el país se puede describir como caótico, una categoría que descansa en el sentir del público más leal a este tipo de música, para el cual la sensación de no pertenecer, de ser relegados, los ha acompañado todo este tiempo. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Por más existencial que parezca, es la interrogante que resume la constante inquietud de los artistas y bandas del rock, suerte de nómadas musicales dentro de la escena cubana.
Y es el que el Patio de María, si bien permitió el primer cuajo del género y fue testigo del nacimiento de otras nuevas agrupaciones como Combat Noise, Escape o Agonizer, también supuso la primera gran pérdida para el rock, tras su repentino cierre en el año 2003.
Volvían, tanto músicos como seguidores, al desamparo, a ser privados de un lugar donde ensayar, brindar conciertos e intercambiar entre la propia comunidad. Pero tal y como reza el proverbio, después de tocar fondo, sólo se puede ir cuesta arriba, y para algunos, la creación de la Agencia Cubana del Rock (ACR), así como también de Cuerda Viva (programa televisivo dedicado a promocionar el trabajo de los cultores de esta sonoridad y otras músicas alternativas en Cuba), aportaron nuevos bríos, como parte de una apertura, que en términos de espacios y difusión, comenzó a gestarse en el país.
El nuevo hogar para los rockeros cubanos se bautizó Maxim Rock, se crearon festividades y comenzaron a gestionarse otros sitios que dedicaron un espacio de su programación a este tipo de música. Conocidos son el caso de La Madriguera, la Casa de la Música o el Submarino Amarillo; así como también las actividades con motivo de festivales como Patria Grande, Cuerda Viva, Sonidos en la Ciudad, y Atenas Rock.
A primera vista, pudiera parecer que estos cambios tuvieron un enorme efecto positivo, y de alguna manera fue así, pero también es real que la insatisfacción de rockeras y rockeros ha sido perenne, sobre todo fuera de la capital de la Isla, donde apenas se sintieron los ecos de esta “apertura”. Es descabellado pretender que una porción de tierra árida y yerma durante décadas, sea fértil de la noche a la mañana con una pequeña llovizna. El rock en Cuba precisa de un buen chaparrón.
De hecho, no es un secreto que tan sólo alrededor del 10 por ciento de las bandas en el país han tenido la posibilidad de grabar su música en sellos discográficos, lo cual, ligado a la escasez de fuentes donde actualizarse sobre el estado del género, constituyen serias agravantes que atentan contra la salud de esta sonoridad.
Resulta sorprendente que prácticamente no existan revistas, o siquiera sitios web de actualización constante (fuera de PMU, claro está) que den un tratamiento especial a este tipo de música, ofrezcan detalles del trabajo de sus artistas o, en resumen, den seguimiento al quehacer del rock. En ese sentido, el rol del fanzine ha cubierto históricamente estas lagunas. Casi tan antiguos en Cuba como el género mismo, estos esfuerzos en forma de papeletas, folletos o blogs digitales, han suplido la sed informativa de las masas, precisamente a partir de sus propias manos.
La iniciativa es encomiable, pero deja mucho que desear para el sistema de medios en el país, incapaces de registrar desde una perspectiva seria y profesional, los andares de una sonoridad ya parte de nuestro patrimonio cultural.
Lamentablemente, pareciera que el rock da un paso adelante y poco después da dos hacia atrás, por cuanto los aires de optimismo y regocijo que pudieran alcanzarse ante cualquier avance, se ven eclipsados.
Ahora, el Maxim Rock es el centro de la polémica. Al cerrar sus puertas en noviembre del 2015, esta vez por problemas constructivos en el techo de la entidad, la tragedia del Patio de María volvió a repetirse, dejando al público rockero sin refugio.
Sí, han existido momentos felices. Sí, hay que reconocer que algunos festivales de provincia se mantienen gracias al “apoyo” que brinda la Asociación Hermanos Saíz. Y sí, ya no somos un destino desconocido para agrupaciones foráneas, como quedó demostrado por las recientes visitas de The Rolling Stones, y The Dead Daisies. Dichos eventos fueron muy bien recibidos por la afición cubana, y junto a la alegría de la superafluencia de público y el abarrotamiento de personas en el estadio, quedó demostrado el gran número de seguidores que respaldan al rock en la Isla.
Cuando se mira atrás, el progreso histórico de este género en Cuba es como un cachumbambé que a ratos sube y en otros, baja. Es inestable. Por segunda ocasión, el Maxim Rock recibe el nuevo año a puertas cerradas, mientras la escena rockera se sume en un estanque de quietud y frustración.
Al futuro no se puede mirar, de él solo se espera. Una estrategia conjunta por parte de la ACR, el Instituto Cubano de la Música, sellos discográficos y otras instituciones culturales harían feliz a más de uno. Un poco más de empeño contribuiría a desmitificar al rock como una oveja negra dentro del panorama sonoro nacional.
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2 de enero de 2017
En una nota positiva y para beneplácito de sus seguidores, el rock ha sido uno de los géneros de origen foráneo de mayor arraigo dentro de Cuba. ¿La mala noticia? Pues casi todo lo demás. Hoy, en el 2017, el panorama rockero en la mayor de las Antillas todavía se perfila incierto, nublado.
Tras su introducción en el país por medio del cine y la música norteamericana, la lucha por la visibilidad y el debido reconocimiento mediático y oficial hacia el género ha sido incesante. Amén de la coyuntura política-económica que llevó al rock a ser visto con recelo por parte de las autoridades, bandas como Venus, Monte de Espuma, Tanya, Zeus, entre otras, proliferaron en la escena musical mostrando la necesidad de un espacio para sus presentaciones.
Un lugar resguardado por María Gattorno vino a suplir esa carencia. De modo que surgió el archiconocido Patio de María, distinguido, además, como la cuna del rock en Cuba.
Desde entonces, el movimiento ha ganado en adeptos, fuerza, número de exponentes, pero se ha resentido del requerido apoyo institucional y la actitud evasiva de la prensa, la radio y la televisión.
En definitiva, el transcurso del género en el país se puede describir como caótico, una categoría que descansa en el sentir del público más leal a este tipo de música, para el cual la sensación de no pertenecer, de ser relegados, los ha acompañado todo este tiempo. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Por más existencial que parezca, es la interrogante que resume la constante inquietud de los artistas y bandas del rock, suerte de nómadas musicales dentro de la escena cubana.
Y es el que el Patio de María, si bien permitió el primer cuajo del género y fue testigo del nacimiento de otras nuevas agrupaciones como Combat Noise, Escape o Agonizer, también supuso la primera gran pérdida para el rock, tras su repentino cierre en el año 2003.
Volvían, tanto músicos como seguidores, al desamparo, a ser privados de un lugar donde ensayar, brindar conciertos e intercambiar entre la propia comunidad. Pero tal y como reza el proverbio, después de tocar fondo, sólo se puede ir cuesta arriba, y para algunos, la creación de la Agencia Cubana del Rock (ACR), así como también de Cuerda Viva (programa televisivo dedicado a promocionar el trabajo de los cultores de esta sonoridad y otras músicas alternativas en Cuba), aportaron nuevos bríos, como parte de una apertura, que en términos de espacios y difusión, comenzó a gestarse en el país.
El nuevo hogar para los rockeros cubanos se bautizó Maxim Rock, se crearon festividades y comenzaron a gestionarse otros sitios que dedicaron un espacio de su programación a este tipo de música. Conocidos son el caso de La Madriguera, la Casa de la Música o el Submarino Amarillo; así como también las actividades con motivo de festivales como Patria Grande, Cuerda Viva, Sonidos en la Ciudad, y Atenas Rock.
A primera vista, pudiera parecer que estos cambios tuvieron un enorme efecto positivo, y de alguna manera fue así, pero también es real que la insatisfacción de rockeras y rockeros ha sido perenne, sobre todo fuera de la capital de la Isla, donde apenas se sintieron los ecos de esta “apertura”. Es descabellado pretender que una porción de tierra árida y yerma durante décadas, sea fértil de la noche a la mañana con una pequeña llovizna. El rock en Cuba precisa de un buen chaparrón.
De hecho, no es un secreto que tan sólo alrededor del 10 por ciento de las bandas en el país han tenido la posibilidad de grabar su música en sellos discográficos, lo cual, ligado a la escasez de fuentes donde actualizarse sobre el estado del género, constituyen serias agravantes que atentan contra la salud de esta sonoridad.
Resulta sorprendente que prácticamente no existan revistas, o siquiera sitios web de actualización constante (fuera de PMU, claro está) que den un tratamiento especial a este tipo de música, ofrezcan detalles del trabajo de sus artistas o, en resumen, den seguimiento al quehacer del rock. En ese sentido, el rol del fanzine ha cubierto históricamente estas lagunas. Casi tan antiguos en Cuba como el género mismo, estos esfuerzos en forma de papeletas, folletos o blogs digitales, han suplido la sed informativa de las masas, precisamente a partir de sus propias manos.
La iniciativa es encomiable, pero deja mucho que desear para el sistema de medios en el país, incapaces de registrar desde una perspectiva seria y profesional, los andares de una sonoridad ya parte de nuestro patrimonio cultural.
Lamentablemente, pareciera que el rock da un paso adelante y poco después da dos hacia atrás, por cuanto los aires de optimismo y regocijo que pudieran alcanzarse ante cualquier avance, se ven eclipsados.
Ahora, el Maxim Rock es el centro de la polémica. Al cerrar sus puertas en noviembre del 2015, esta vez por problemas constructivos en el techo de la entidad, la tragedia del Patio de María volvió a repetirse, dejando al público rockero sin refugio.
Sí, han existido momentos felices. Sí, hay que reconocer que algunos festivales de provincia se mantienen gracias al “apoyo” que brinda la Asociación Hermanos Saíz. Y sí, ya no somos un destino desconocido para agrupaciones foráneas, como quedó demostrado por las recientes visitas de The Rolling Stones, y The Dead Daisies. Dichos eventos fueron muy bien recibidos por la afición cubana, y junto a la alegría de la superafluencia de público y el abarrotamiento de personas en el estadio, quedó demostrado el gran número de seguidores que respaldan al rock en la Isla.
Cuando se mira atrás, el progreso histórico de este género en Cuba es como un cachumbambé que a ratos sube y en otros, baja. Es inestable. Por segunda ocasión, el Maxim Rock recibe el nuevo año a puertas cerradas, mientras la escena rockera se sume en un estanque de quietud y frustración.
Al futuro no se puede mirar, de él solo se espera. Una estrategia conjunta por parte de la ACR, el Instituto Cubano de la Música, sellos discográficos y otras instituciones culturales harían feliz a más de uno. Un poco más de empeño contribuiría a desmitificar al rock como una oveja negra dentro del panorama sonoro nacional.
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