El lado oscuro del rap en Santiago de Cuba



Hace mucho tiempo atrás, pero hace mucho tiempo, el rap señoreaba en las calles de Santiago de Cuba. Y no a escondidas, ni se quedaba en las periferias o barrios hartos llamados marginales. Aunque no todos los días, pero sí a menudo, una consagrada y amplia tropa de muchos lugares de esta ciudad se encargaba de hacer valer el poder de este género, y se iba más allá de los predios aceptados que una organización como la AHS (Asociación Hermanos Saiz) permitía y confabuladamente aceptaba sin tantas cortapisas.

Hoy algo ha cambiado. Demasiado para mi gusto, y de una manera notoria, según mis sentidos siempre afilados. Hay paños tibios, cansancios evidentes, cuerpos añosos, rutinas consagradas a supervivencias para nada musicales (aunque sí “muy musicales”), y una cierta connivencia con la AHS, que programa actividades mensuales para llenar hasta el hastío papeles donde las palabras rap o raperos suelen ser espacios virtuales, digo, notas impresas y compendios en correos electrónicos. Le sumo algo más: el ingrediente secreto, lo dejo para el final.

¿Qué está pasando? Demasiado desde un lado oscuro, al parecer nada desde la otra cara. Esbozaré ciertas consideraciones, y espero que no terminen en este artículo, sino que continúen con otras réplicas encontradas. Por cierto, cualquier coincidencia con otras realidades del archipiélago, es intencionada.

En primer lugar, ya lo llamaba, están los paños tibios. Los mismos que me hacen extrañar el rock estridente y consabido peregrino de tribus bien asentadas, es esa tibieza que se escuda a la hora de poner, en cualquier aparato, al rapero haciendo el cargoso featuring con otros no raperos. Es el edulcorante que se le echa al café y lo hace empalagoso, casi intomable. ¿Cuándo el rap se ha arropado con tibiezas y tantas cofradías comerciales? La respuesta se sabe.

Le sigue eso que la vida misma nos pone delante: no solo se trata de agotamientos indudables y de gente entrada en años, también hay quienes ya no pueden seguir peleando con “lo mismo de lo mismo”, y tienen que irse por las calles ofrecidas de las supervivencias que todos conocemos. Porque… a ver, ¿cuántos raperos, años atrás, pudieron estudiar otros oficios o profesiones, y hoy pueden sobrevivir gracias a ellas? La realidad nos dice que antes, en su adolescencia y juventud, sólo se dedicaron a rapear, ahora, la edad es un pasa cuentas más o menos cruel, y tienen que sobrevivir, como sea. ¿Cómo defender y hacer rap después de los 30, 35, casi 40…? ¿Y a diario?

También mencioné, antes, a una de las organizaciones, no se puede negar que siempre ha tenido puertas abiertas a los raperos, aunque no tanto a la cultura hip hop. Esa grata complicidad que siempre ha tenido la AHS, sigue pasando por varias aristas. Antes, y ahora más que nunca, depende del presidente de turno. Lo demás es pura monotonía. El resultado es conocido, hasta en estas páginas se le da promoción a las actividades que tiene en sus predios la AHS, en un programa mensual, algo útil desde la funcionabilidad de un sistema, y también a veces repetitivo para los propios raperos, si ya no tienen temas o discos nuevos que estrenar. Este maridaje entre rap y AHS dio hijos pródigos en el pasado. En el presente, los está presentando como piezas de un museo donde lo marginal tiene cabida junto a lo institucional. ¿Ese no es ya un matrimonio aburrido entrado en años?

Pero dejo para el final lo más evidente: el rap sigue siendo objeto de una incansable censura, y también de autocensuras (ojo con esto de las autocensuras), desde hace mucho tiempo atrás. Ahora estamos cosechando esos frutos, que nadie se queje, guerra avisada no debe matar soldados. ¿Dónde está la súper mencionada censura? En su lugar, quizás más disfrazada que antes, más silenciosa que antes, pero con sus dedos y zancadas largas, como siempre.

Cuando ya parecía cansada de esa palabra, me encontré con una de sus más feroces evidencias, precisamente en el único eslabón vivo del rap que tiene Santiago de Cuba, en uno de los conciertos Unidad que transforman las noches del Distrito José Martí en recuerdos agradecidos. Una de las supuestas organizadoras y consentidoras de la “actividad”, se alarmó al verme conversar con unos niños micrófono en mano, y si no le atajo a tiempo, hubiera repetido el cuestionario que le hubiera gustado firmar como aprobado, y quizás se hubiera apropiado de mi costoso y viejo Zoom. Menos mal que los niños, eufóricos con su minimal “entrevista”, ni se dieron por enterados de que allí el fantasma de la censura se paseaba con ojos rapaces (y también oídos sordos). Ese fue un suceso único, no se ha repetido más, casi estoy segura. De todas maneras, ¿cuántas hojas tiene el bosque de la censura?

Pero ahí me convencí, corazón apretado aparte, de que un lado oscuro se está tragando al rap, sigue tratando de obnubilar a la cultura hip hop, y está logrando que algo como un llamado trap, primero hermano del reguetón, domine las noches y madrugadas de mi Santiago de Cuba, mientras solitarios raperos y raperas se reúnen y se ven las caras, pocas veces en el año, para hablar de cualquier cosa, menos de rap. ¿Repetiré estas palabras al final del año?

Atrás


Comentarios   Dejar un comentario
No hay comentarios en este momento.