Una cultura dentro de la cultura



Indagar sobre la cultura hip hop, específicamente en Pinar del Río, es casi un esfuerzo titánico, más si nos remontamos a casi tres décadas en que ha llegado a formar parte del desarrollo artístico del territorio en cuestión, y no se ha colectado casi ningún material que, de manera física ni virtual, agrupe una memoria o exponga aquellos logros e infortunios de las personas y grupos que a su alrededor formaron parte de la emergencia de esta cultura, de conjunto con la salvaguarda que la memoria colectiva, el patrimonio intangible y la cultura dentro de la cultura le otorgan para darle un valor añadido a la misma.

Pero todo no es color de rosa, el territorio vueltabajero, con una larga tradición (aún no reconocida por muchos) de bailadores, digámoslo así, de break dance (o breque, tal se le decía popularmente), un poco después hip hop, ha sido siempre un escenario propicio para la ejecución de este género. Amén de muchos detractores, los artífices de la llamada “vieja escuela” no se dieron por vencidos, a pesar de sus múltiples tareas, tanto laborales como familiares, siguieron creyendo y creando nuevos valores en este arte, lo que fue demostrado en la cuarta edición de PinarBoy, evento con lugar en diciembre de cada año, donde, según el rotativo vueltabajero Guerrillero (16 de diciembre, 2017), fueron merecedores de premios Armando Yasel (Pinar del Río) y Cristian Acosta (Artemisa), en la categoría dúo de esta última cita. Asimismo, fueron premiadas Saylín Castro (B-girl Saily), la pareja Arlet Fernández-Esmendri Quiñones, y resultaron laureados también aquellos que dedicaron tanto tiempo como esfuerzos en sembrar un poco de esta práctica en los nuevos talentos. Así también los talleres sobre cultura hip hop y estilos de bailes callejeros, a cargo de la coreógrafa argentina Andrea Celeste.

Sin embargo, un tema que el citado diario local no destaca es la conformación etaria de los participantes, cuyas edades oscilaron entre los 12 a los 23 años, fuerza joven que tras un vacío de al menos tres décadas, ni que la no visibilidad del género por parte de las instituciones, con excepción de aquellos grupos y MC que se hartaron de mala promoción, presentaciones casi sin público, el esfuerzo de grabar (lo mismo un video que un demo), hicieron posible la decadencia paulatina, y que a la par la imposición, incluso por parte de los medios, de los nuevos géneros musicales llegados a Cuba, se convirtieron en una espada de Damocles, una casi forzosa conversión de estilos hacia otros géneros musicales y danzarios que no respetaba la concepción original de bailadores, MC, poetas, pero que, sin dudas, ayudaba a quien le sonriera la suerte a pasar a “mejor vida” y mejores bolsillos.

Hasta el surgimiento de estos nuevos epígonos, como digo al principio, casi tres década después, hubo tal vez una de descenso-descanso, dejar ser y crecer a estos muchachos que recién salen a la palestra, quienes comienzan a hacerse visibles, dentro de los escenarios de un estilo de vida, un género danzario-musical que a pesar de los “apoyos” institucionales, se mantiene en su espíritu underground.

Si algo se ha entendido, quizás erróneamente, es que no puede forzarse lo que surgió en las calles en una metodología, que tras ser tan maltratada por parte de muchos cultores oficiales de las artes que involucra, pueda llevarse ahora a un aula, ni echar a un lado su esencia por la llana factibilidad de cederles un lugar como si fuera un compromiso. Más allá de ello, se necesitan personas que actúen con menos mediocridad y más sinceridad, menos oficialidad y más compromiso, menos dilaciones y más respeto por este modo de vida, pero, sobre todo, que sean capaces de ver en este desarrollo, un modo más de hacer crecer nuestra cultura y no de “alimentar” a unos cuantos que, al parecer, hacen esas “payasadas”.

Varias son las personas, que continúan en la lucha contra la mala institucionalización del hip hop, que rehúyen la posición crítica, libre expresionista del slang, el break dance, el graffiti, la expansión danzaria del género, su propia musicalidad, entre otras tantas ramas de este arte, pues con él se transmite un espíritu que nace, crece y cultiva un modo de vida, una bandera de muchísimo esfuerzo, preparación y sacrificios que los hace dejar en el terreno no solo una parte de la personalidad de los actuantes, sino también la incomprensión de los observadores.

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